Sello del Departamento de Justicia

Comentarios preparados para el discurso del Secretario de Justicia de los Estados Unidos Michael B. Mukasey en la Ceremonia de Naturalización de los Servicios de Ciudadanía e Inmigración de los EE.UU.

Miami, Florida
Miércoles, 28 de mayo de 2008 - 1:00 P.M.

Buenas tardes.

Gracias Tom, por esa presentación y por invitarme a estar aquí hoy. Y felicitaciones a todos ustedes que recién se han convertido en ciudadanos estadounidenses, y a sus familias y amigos que están hoy con nosotros. Es un privilegio ser de los primeros en llamarlos compatriotas estadounidenses.

Cada uno de ustedes ha recorrido un largo camino para llegar hasta aquí hoy. Lo sé, porque mi propia familia recorrió ese camino hace muchos años. Mi padre llegó a este país en 1921 con su hermana menor, proveniente de una región que en ese momento formaba parte de Rusia. Tenía 19 años, él y su hermana estaban solos y prácticamente sin un centavo, pero disponían de esperanzas, orgullo, y una fuerte ética de trabajo.

Siete años después, en 1928, mi padre se convirtió en ciudadano de este país en Brooklyn, Nueva York. Que su hijo pueda estar frente a ustedes, 80 años más tarde, como Secretario de Justicia de los Estados Unidos, para dar la bienvenida a un nuevo grupo de ciudadanos y para exaltar a este gran país es una poderosa afirmación sobre esta nación, particularmente porque la historia de mi familia no es para nada única.

De hecho, dentro de 80 años, uno de sus hijos o nietos podrá dirigirse a una multitud como esta como Secretario de Justicia de los Estados Unidos, o incluso como Presidente de los Estados Unidos. En este país, todo es posible.

Para algunos de ustedes, como para mi padre, llegar aquí implicó abandonar sus hogares, sus padres y soportar viajes largos y difíciles. Para algunos, significó huir de situaciones terribles en otros países. Para algunos, hasta significó vestir el uniforme de este país y arriesgar sus vidas para defenderlo. Hoy, todos ustedes son ciudadanos estadounidenses.

La ciudadanía estadounidense es más que una ceremonia o un pedazo de papel. Es un compromiso. Nos une, y en un instante nos convierte a todos en iguales.

De ahora en más, todos los derechos de los ciudadanos estadounidenses son suyos. Son iguales frente a nuestros tribunales, y ante nuestras agencias gubernamentales locales, estatales y federales. El voto de ustedes cuenta exactamente igual que el mío. Y si no les gusta lo que los funcionarios electos hagan en su nombre, tienen el derecho de peticionar a su gobierno, de apoyar a otro candidato en las elecciones siguientes, o incluso de presentarse ustedes mismos como candidatos.

Ante la ley, no existe diferencia significativa entre un ciudadano nacido aquí y otro que eligió venir a este país. Y no existe diferencia significativa entre quien es el primero de su familia en pisar el suelo estadounidense y aquel cuyos antepasados vinieron hace cientos de años.

Nadie puede valorar más que ustedes hoy a la ciudadanía. Los Estados Unidos bendicen a sus ciudadanos con libertades y oportunidades que son la envidia del mundo. A cambio, requieren ciertas cosas de ustedes: que ayuden a mantener seguros a sus vecinos; que participen en sus comunidades; que ejerciten su derecho al voto; que protejan a sus niños; y que los eduquen para ser miembros productivos y respetuosos de la ley en sociedad.

Como un pueblo de inmigrantes, tenemos presente nuestra situación única en el mundo. En muchos países, los gobiernos sienten la necesidad de asegurar sus fronteras para evitar que sus ciudadanos escapen. Aquí, debemos asegurar las fronteras para limitar la gran cantidad de personas que desean venir, para disfrutar los beneficios de nuestra prosperidad y de nuestra libertad.

Tenemos la suerte de vivir en un país al que la gente pide a gritos entrar. Eso también presenta un desafío, mientras intentamos equilibrar nuestro deseo de ser abiertos y receptivos con nuestra necesidad de estar seguros. Todos quienes vivimos el 11 de septiembre de 2001 sabemos de la importancia de asegurar nuestras fronteras y mantener fuera a terroristas, criminales y otros que desean dañarnos.

Si millones de personas pasan a escondidas por nuestras fronteras en forma ilícita, eso deshonra a hombres y mujeres como ustedes, que han trabajado duro para convertirse en ciudadanos y que han soportado en forma paciente un proceso legal que sé que no siempre es fácil.

No importa lo que los haya motivado, y a quienes vinieron antes que ustedes, a dirigirse a este país y convertirse en ciudadanos; al final siempre está la búsqueda de libertad. Nuestro probado compromiso con la libertad es lo que mejor nos define como nación, y lo que más nos distingue del resto del mundo. Es el motivo por el cual la gente arriesga sus vidas para cruzar desiertos y océanos para llegar aquí.

Hace más de 60 años, un gran juez estadounidense llamado Learned Hand trató de explicar a un grupo de nuevos ciudadanos lo que la libertad significaba para él. Él dijo, y lo cito:

"El espíritu de la libertad es el espíritu que no está demasiado seguro de estar en lo cierto; el espíritu de la libertad es el espíritu que busca entender la mente de otros hombres y mujeres; el espíritu de la libertad es el espíritu que sopesa sus intereses junto con los propios sin sesgos".

Con el juramento que han tomado hoy, han afirmado su compromiso con ese espíritu que describió Learned Hand.

Sus compatriotas estadounidenses están orgullosos de todo lo que ustedes han logrado y por todo lo que han sacrificado para estar aquí hoy. Espero que cada uno de ustedes aproveche las infinitas oportunidades que este país tiene para ofrecer.

También espero que dediquen algo de tiempo hoy a celebrar con su familia y amigos. Tienen mucho que celebrar.

Nuevamente los felicito, y sé que su nuevo país los felicita también.

###